IV

La creencia en este mundo otro es consecuencia directa de que no hay otro mundo más allá. A la vez singular y universal, por mucho que se rechace, nadie deja de creer en este mundo sencillamente porque vive, o malvive, en él. Mundo amable sólo para amantes, SER MUNDANO es estar a la altura de esta exigencia, hacer efectiva la creencia, poner en práctica la mundanidad en lugar de dejarla en suspenso, cumplir con la ausencia de misión encomendada, por necesidad mortal. En el fondo, creer en este mundo es no creer en NADA (más).

III

Toda visión es un lugar de unión y relación, y toda relación es un lugar de corte y ruptura, zona turbulenta de disputas, agravios y reconciliaciones a destiempo. Mundo amable, pero lleno de peligros, selva virgen inexplorada, que demuestra que no hay ni DEBE haber tranquilidad en el mundo, ni más continuidad que la del CAMBIO. Es un grave error desear que las cosas vuelvan a la normalidad, que reine la calma, sobre todo para el frágil equilibrio de la vida, deseo jamás pronunciado; las llamadas a la calma, cuanto más numerosas y persistentes, anuncian, por acumulación, una tempestad cada vez más violenta, una catástrofe sin precedentes.

II

Del carácter excepcional de la mundanidad da fe la constatación de que no hay nada más mundano, pero fuera de lo NORMAL, que el hecho de la vida y la muerte, temblor cálido y estertor frío, no por repetidos  menos inesperados y siempre sorprendentes. Nadie espera vivir, no tiene lugar de espera, y mucho menos morir, no deja de sorprenderle al tiempo que piensa por última vez: así pues, ¿esto es después de todo morir? El no-acontecimiento siempre renovado de la muerte, que reúne a las generaciones en el momento de exhahar el último aliento, es la sorpresa final que se nos tiene reservada. El tiempo dirá si su naturaleza pertenece al género del regalo o de la desdicha, si podemos considerarnos afortunados o apenados. En todo caso, no está nada mal como sorpresa.

I

Ninguna especie de lo GENERAL, organizada en incontables mapas de restricción, férreos controles fundados en el lenguaje, el habla y el sujeto hablante, puede dar cuenta de la excepcionalidad y singularidad de lo que CUALQUIERA, en cualquier lugar del mundo, sin remedio y de forma involuntaria, experimenta CADA DÍA desde que se levanta hasta que se acuesta: el ser concreto e inefable de lo mundano, reino sagrado de los detalles y las insignificancias. A pesar de las medidas de excepción, y todas las precauciones tomadas, es imposible evitar que las cosas y los seres mundados (res mundanae), las criaturas distinguidas pero silenciosas que pueblan la tierra y salen a nuestro encuentro, lleguen a establecer contacto, resplandan con toda la DISTINCIÓN de la que son capaces, e inunden de luz los ojos cansados, vivifiquen el espìritu y el cuerpo, contagien su fuerza y alegren la existencia. Hay un único mundo REAL, y no puede ser sino alegre, lleno de alegría inexplicable; la tristeza no tiene (el) mundo, es lo que impide ser mundano, disfrutar de lo irrepetible y lo singular como única repetición posible. 

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La MUNDANIDAD no es la vulgaridad apegada a lo mismo, ni la banalidad afín al descrédito y a la desvalorización de todo ser, ni la normalidad en la que nunca pasa nada, donde toda excepción se vive como una amenaza potencial, es la experiencia temporal e intemporal de ALGO DISTINTO en todas las cosas y de todas ellas DISTINTAS, incomparables e irrevocables. Apogeo de una diferencia indiscriminada, bajo la acción de una pulsación continua, un campo pulsante, que genera un resplandor cegador, barre la superficie del planeta, a la velocidad de la luz. Todo resplande; todo tiene sentido, antes o después del juicio final.