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V

Un acto de mundanidad es ajeno a la regulación y a la expectación, no es una acto de urbanidad regulado por normas ni una acción inédita que busca sorprender a los espectadores. La disrupción, el vagabundeo, el deambular de una lado a otro en el medio social como acto (im)propio del situacionismo, encarnado en Inglaterra por King Mob, guarda una gran distancia con los flashmob actuales, que en su afán de congregar, divertir y entretener a los participantes, y sorprender al ciudadano, sin llegar a molestarlo, manifiestan todo un otro uso de la acción, una comprensión diferente del mundo, la multitud (mob) y su relación respectiva. La convocatoria, más que auspiciar con sus actos la dispersión, incluso la desintegración del socius, busca recuperar una unidad pérdida, una comunidad de reconocimiento ideal, aunque nula de contenido, donde todos son iguales en algún sentido, hacen ostentación de la igualdad y la muestran cono signo de reconocimiento mutuo para sí, núcleo social, y signo de distinción, marca social, respecto a los otros. El carácter por ahora inofensivo de la sorpresa, el elemento lúdico, no excluye que en algún momento se transforme en algo más peligroso y tome un cariz más inquietante; el sentimiento de pertenencia al grupo puede adoptar muchas formas, depende de la naturaleza de la convocatoria y las intenciones de los convocados, no es de descartar que un acto que ahora avergonzaría a cualquiera se transforme dentro de poco en motivo de orgullo, más allá o más acá de la sociedad. Por otro lado, el flashmob más espeluznante de todos los tiempos ya se ha celebrado, tuvo lugar en los campos de exterminio, cuando los prisioneros en fila, después de bajar las escaleras de forma ordenada, se desnudaron, depositaron la ropa con cuidado, bien plegada, y ataron los cordones de los zapatos, para evitar su pérdida, a medida que entraban en la cámara de gas. Nadie se sorprendió.

IV

La creencia en este mundo otro es consecuencia directa de que no hay otro mundo más allá. A la vez singular y universal, por mucho que se rechace, nadie deja de creer en este mundo sencillamente porque vive, o malvive, en él. Mundo amable sólo para amantes, SER MUNDANO es estar a la altura de esta exigencia, hacer efectiva la creencia, poner en práctica la mundanidad en lugar de dejarla en suspenso, cumplir con la ausencia de misión encomendada, por necesidad mortal. En el fondo, creer en este mundo es no creer en NADA (más).

II

Del carácter excepcional de la mundanidad da fe la constatación de que no hay nada más mundano, pero fuera de lo NORMAL, que el hecho de la vida y la muerte, temblor cálido y estertor frío, no por repetidos  menos inesperados y siempre sorprendentes. Nadie espera vivir, no tiene lugar de espera, y mucho menos morir, no deja de sorprenderle al tiempo que piensa por última vez: así pues, ¿esto es después de todo morir? El no-acontecimiento siempre renovado de la muerte, que reúne a las generaciones en el momento de exhahar el último aliento, es la sorpresa final que se nos tiene reservada. El tiempo dirá si su naturaleza pertenece al género del regalo o de la desdicha, si podemos considerarnos afortunados o apenados. En todo caso, no está nada mal como sorpresa.

I

Ninguna especie de lo GENERAL, organizada en incontables mapas de restricción, férreos controles fundados en el lenguaje, el habla y el sujeto hablante, puede dar cuenta de la excepcionalidad y singularidad de lo que CUALQUIERA, en cualquier lugar del mundo, sin remedio y de forma involuntaria, experimenta CADA DÍA desde que se levanta hasta que se acuesta: el ser concreto e inefable de lo mundano, reino sagrado de los detalles y las insignificancias. A pesar de las medidas de excepción, y todas las precauciones tomadas, es imposible evitar que las cosas y los seres mundados (res mundanae), las criaturas distinguidas pero silenciosas que pueblan la tierra y salen a nuestro encuentro, lleguen a establecer contacto, resplandan con toda la DISTINCIÓN de la que son capaces, e inunden de luz los ojos cansados, vivifiquen el espìritu y el cuerpo, contagien su fuerza y alegren la existencia. Hay un único mundo REAL, y no puede ser sino alegre, lleno de alegría inexplicable; la tristeza no tiene (el) mundo, es lo que impide ser mundano, disfrutar de lo irrepetible y lo singular como única repetición posible. 

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La MUNDANIDAD no es la vulgaridad apegada a lo mismo, ni la banalidad afín al descrédito y a la desvalorización de todo ser, ni la normalidad en la que nunca pasa nada, donde toda excepción se vive como una amenaza potencial, es la experiencia temporal e intemporal de ALGO DISTINTO en todas las cosas y de todas ellas DISTINTAS, incomparables e irrevocables. Apogeo de una diferencia indiscriminada, bajo la acción de una pulsación continua, un campo pulsante, que genera un resplandor cegador, barre la superficie del planeta, a la velocidad de la luz. Todo resplande; todo tiene sentido, antes o después del juicio final.