La muerte es un hecho mundano porque es singular, irrevocable e irreparable. No es posible morir en el lugar de otro ni que otro muera por uno mismo. La vida no tiene recompensa ni premio al llegar a la meta, en el horizonte que con dificultad se divisa no nos aguarda ningún vergel. El corredor rompe la cinta, que cae con suavidad en el suelo, sin llegar nunca al otro lado, sin recibir los aplausos del público ni subir al podio. Lo único que hay al morir es el reencuentro con todo aquello que muere, murió y morirá. El moribundo y el muerto repiten la muerte de los padres, los abuelos, los hijos, el perro, el gato, los pájaros y hasta de los insectos más minúsculos. Todos mueren por igual; todos se reencuentran en el momento de cerrar los ojos. Es la primera fase del eclipse; la oscuridad no es el fin, todavía queda el último hálito, el movimiento definitivo, la relajación del cuerpo que abre de nuevo los ojos, focos ciegos que mantienen una mirada fija al vacío, que iluminan un punto desconocido, no localizable en el mapa, la muerte como distensión de la vida. Se muere al mirar.
Mostrando entradas con la etiqueta vida. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta vida. Mostrar todas las entradas
XIII
Etiquetas:
corredor,
desconocido,
eclipse,
foco ciego,
irreparable,
irrevocable,
mirada,
muerte,
ojos,
reencuentro,
singular,
vergel,
vida
X
A causa de un descuido, el conductor del tren ha dejado el interfono abierto; el ruido producido por la estática llena el vagón de pasajeros, mezclado con el sonido del tamborileo de sus dedos al seguir una música que sólo él puede oír. Una joven cruza las piernas y reclina su cabeza hacia la ventana; cierra los ojos y deja caer lentamente sus cabellos teñidos, hacia un lado de la cara, para que la luz no la moleste. Detrás suyo, una mujer está de pie, apoyada en la pared; las piernas al descubierto dejan visible, por encima de la rodilla, el músculo que hace pequeñas contracciones, como si tuviera voluntad propia, a destiempo de las oscilaciones del cuerpo. A la derecha, el reflejo de un fluorescente, en la cabeza límpida de un hombre, crea una línea blanca radiante en el cráneo, aura eléctrica parpadeante; ajeno a este hecho, teclea nervioso el portátil. - ASÍ ES EL MUNDO, la serie y la colección de los detalles hilvanados en el tiempo y en el espacio, el tejido de la vida, frágil, delicado y efímero.
IX
Desde un punto de vista energético, surge la pregunta lógica de para qué gastar fuerzas y perder tiempo en creer en otro mundo, cuando el verdadero problema es que nadie cree en el mundo que le rodea, a pesar de que es un mundo otro al infinito, inacabable e ingobernable. Si nadie es capaz de creer, ni por un instante, en lo más próximo, al contrario, se presenta como la increíble creencia o la creencia de lo increíble cotidiano, es poco menos que pedir un esfuerzo desmesurado e inútil, la creencia en un lejano más allá. La respuesta también lógica es que por eso mismo, en realidad, no hay contradicción en esta actitud: la intensidad en la creencia en otro mundo, allá, es proporcional a la incredulidad frente a este mundo, aquí. El creyente es la otra cara del incrédulo, la culminación de la fe surgida del cansancio de la vida.
II
Del carácter excepcional de la mundanidad da fe la constatación de que no hay nada más mundano, pero fuera de lo NORMAL, que el hecho de la vida y la muerte, temblor cálido y estertor frío, no por repetidos menos inesperados y siempre sorprendentes. Nadie espera vivir, no tiene lugar de espera, y mucho menos morir, no deja de sorprenderle al tiempo que piensa por última vez: así pues, ¿esto es después de todo morir? El no-acontecimiento siempre renovado de la muerte, que reúne a las generaciones en el momento de exhahar el último aliento, es la sorpresa final que se nos tiene reservada. El tiempo dirá si su naturaleza pertenece al género del regalo o de la desdicha, si podemos considerarnos afortunados o apenados. En todo caso, no está nada mal como sorpresa.